Querida Kitty:
¡Que calor! Nos asamos. Todo el mundo congestionado, sofocado. Con este calor, debo ir a todas partes a pies. Ahora empiezo a comprender que tan fantástica es un tranvía. Pero nosotros, los judíos, ese placer, ya no nos esta permitido. Tenemos que usar nuestras piernas como único medio de locomoción. Ayer, por la tarde, tuve que ir al dentista, que vive en Jan Luykenstraat, cerca de la escuela. A la vuelta, me dormí en clase. Por suerte, en estos días la gente nos da de beber espontáneamente; la ayudante del dentista es una persona muy amable.
Todavía tenemos acceso al cruce del canal. En el muelle Joseph Israels, hay una barquita que lo hace. El barquero acepto de inmediato hacernos pasar. En verdad, si los judíos soportan tantas penurias, no es por culpa delos holandeses.
Desde la pascua cuando me robaron la bicicleta, y la mi mama fue entregada a los cristianos, no me dan ganas de ir a la escuela. Por suerte las vacaciones se acercan; una semana más de sufrimiento que será olvidada rápidamente.
Ayer por la mañana tuve una sorpresa muy agradable. Al pasar por delante de un deposito de bicicletas, oí que me llamaban. Al darme vuelta, vi un muchacho encantador, quien me había llamado la atención la víspera en casa de mi amiga Eva. Se me acerco con cierta timidez, y se presento : Harry Goldman. Quede algo sorprendida, sin saber bien que quería. Muy sencillo Harry deseaba acompañarme al escuela.
-Si usted lleva el mismo camino, de acuerdo-, dije yo, y vamos caminando.
Harry ya tiene dieciséis años, y habla de toda clases de cosas en forma divertida. Esta mañana lo encontré nuevamente en el mismo lugar. Y no veo por que eso tendría que dejar de suceder.
Tuya Anna.