Gino Bartali fue uno de los ciclistas más importantes de Italia antes y después de la II Guerra Mundial. Callado, trabajador, religioso hasta el punto de recibir el sobrenombre de El monje volador, se le identificó tras el conflicto con la parte más conservadora de la sociedad italiana, enfrentándole siempre con el supuestamente más progresista, alegre y vividor Fausto Coppi. Sin embargo, Bartali guardó para sí hasta la tumba el secreto de sus actividades durante la contienda mundial: pedaleando por las carreteras de la Toscana ayudó a cientos de judíos a escapar de la trituradora nazi.
Los papeles perdidos
La
historia permaneció oculta durante décadas. Se destapó tras el fallecimiento de
un oscuro contable de Pisa llamado Giorgio Nissim, que había formado parte de
varias organizaciones dedicadas a facilitar a ciudadanos judíos su escapada de
la Italia fascista. Nissim era el encargado de una trama que conseguía
pasaportes y salvoconductos falsos a los fugitivos; el hombre mantuvo ocultos
sus diarios personales de la época hasta su muerte, en el año 2000. Sólo
entonces sus hijos pudieron leer lo que había escrito en los años más duros del
Genocidio, y también los nombres de sus colaboradores de la época. Entre ellos
estaba, para sorpresa del mundo entero, el campeón ciclista florentino Gino
Bartali.
Un país ocupado y sin carreras
El
inicio de la guerra supuso la suspensión inmediata de todas las carreras
ciclistas y de casi cualquier competición deportiva de relieve. Para Bartali
aquello parecía el final: ganador de un Tour de Francia (1938) y dos Giros de
Italia (1936 y 1937), trabajó brevemente como guardia de tránsito, pero no era
lo suyo. A la altura de 1941 estaba entrenando otra vez, esperando mejores
tiempos. Un par de años después, su país había sido ocupado por tropas
alemanas. Los nazis estaban poco conformes con el escaso entusiasmo que la
llamada solución final provocaba entre los fascistas italianos, y el régimen de
Mussolini se desmoronaba por la presión de los Aliados en el sur.
Un secreto en la bicicleta
Bartali
no era un personaje especialmente bien visto entre los fascistas: era
independiente, tozudo y se había negado a dedicar a Mussolini su victoria en el
Tour de 1938. Con todo, su fama le permitía moverse con tranquilidad por las
carreteras del norte de Italia. Aparentemente se ejercitaba; en realidad, los
tubos de su bicicleta ocultaban documentos, fotografías y otros útiles
necesarios para los documentos que creaba la célula de Nissim, y ejercía de
correo entre los falsificadores y los judíos escondidos en casas de la zona o
en conventos apartados.
Protegido por su fama
En
aquellos años, Bartali conservaba intacta su popularidad entre los italianos.
Esto lo benefició incluso cuando la temible SD, la policía de seguridad nazi,
comenzó a sospechar de sus viajes. Él mismo era consciente de su fama, y la
explotaba en beneficio de la causa. Aili y Andres McConnon narran en su libro
Road to Valor que en una ocasión un grupo de judíos y antifascistas que
escapaban de Italia en tren tenían que cambiar de convoy en una estación
infestada de militares alemanes e italianos. Cuando se acercaba el momento del
transbordo, en el andén apareció un extrañamente alegre Bartali, que fue
inmediatamente rodeado por sus seguidores y repartió sonrisas y autógrafos a
civiles e uniformados. Mientras, los fugitivos consiguieron trasladarse de tren
sin ser cazados.
Escondido en el desván
Además
de su labor como correo de la resistencia antinazi, Bartali demostró su enorme
compromiso ocultando a una familia judía en el desván de su casa. Conocidos
suyos antes de la guerra, los Goldenberg vivieron durante meses escondidos en
el sollado del ciclista, que los salvó de formar parte de los 10.000 judíos
asesinados en Italia. El campeón llegó a ser detenido brevemente, sospechoso de
ser poco afecto a las autoridades nazis, pero fue liberado sin juicio por temor
a revueltas populares en su apoyo.
Un silencio de 50 años
Lo
más curioso es que después de la guerra Bartali no sólo no quiso arrogarse
mérito alguno por sus acciones humanitarias, sino que no volvió a hablar de
ello. Regresó al ciclismo, ganó otro Giro (1946) y otro Tour (1948) y se
convirtió en el símbolo de la Italia más católica y conservadora. Ni siquiera
su hijo supo exactamente en qué se había mezclado su padre durante la
devastadora guerra. Descubiertas sus actividades con el cambio de siglo, la
talla moral de Bartali creció aún más.