martes, 21 de junio de 2011

Sistema de marcado en los campos de concentración nazis

Marcado de los judíos Los campos de concentración nazis poseían un sistema de marcado de prisioneros basado principalmente en triángulos invertidos. Los triángulos estaban hechos de tela y se cosían sobre las chaquetas y camisas de los prisioneros. Estas marcas eran obligatorias y tenían significados concretos que servían para distinguir las razones por las que el prisionero había sido ingresado en el campo.

Codificación

Orden en el que se ponían las distintas marcas. La forma fue elegida por analogía con las señales de tráfico alemanas indicando peligros para los conductores. El invertido es porque la punta del triángulo señala hacia abajo y no hacia arriba como es habitual.

La base del código de marcado eran los colores. Así, diferentes colores denotaban diferentes delitos o razones:

Amarillo:          para judíos.
Rojo:               para prisioneros políticos.
Verde:  para criminales comunes.
Azul:                para emigrantes
Violeta:            para testigos de Jehová o Estudiantes de la Biblia.
Rosa:               para hombres homosexuales
Negro:             para mujeres asóciales, mujeres homosexuales, prostitutas, vagos, maleantes, sin techo, inadaptados (jóvenes del swing), retrasados mentales, enfermos mentales, gitanos, algunos anarquistas, alcohólicos y adictos a drogas.
Marrón: posteriormente utilizado para los gitanos

Estos triángulos se superponían a un triángulo amarillo  para denotar a los prisioneros que además de otros delitos eran judíos. En el caso de los judíos, esto se traducía en una estrella de David o de seis puntas amarilla. Esto podía ocurrir incluso en el caso de presos que habían sido internados por ser testigos de Jehová, ya que según las leyes de Nuremberg eran judíos todos aquellos que tuvieran ascendencia judía.

Además del código de colores, algunos grupos tenían que poner una letra en el centro del triángulo para denotar el país de origen:

B para belgas (Belgier)
F para franceses (Franzosen)
I para italianos (Italiener)
P para polacos (Polen)
S para españoles (Sicherheitsverwahrter —prisionero en detención preventiva— o Republikanische Spanier —republicano español—)
T para checos (Tschechen)
U para húngaros (Ungarn).
Número de interno.
Una barra sobre el triángulo, del mismo color que este, indicaba reincidencia.
Un círculo negro debajo del triángulo indicaba que el prisionero pertenecía a los batallones de castigo.
Un símbolo parecido al anterior pero con núcleo rojo se empleaba para los prisioneros de los que se sospechaba intento de fuga.
Un triángulo rojo ▲ indicaba la pertenencia a las fuerzas armadas.
Un brazalete marrón marcaba a los prisioneros especiales.
Las mujeres acusadas de «relaciones interraciales» (Rassenschänderin o Judenhure) eran marcadas con un triángulo invertido amarillo sobre otro negro.
Los hombres acusados de «relaciones interraciales» (Rassenschänder) eran marcados con un reborde triangular invertido negro sobre un triángulo amarillo.
Había muchas combinaciones posibles. Un prisionero tenía habitualmente por lo menos dos marcas, que podían llegar a más de seis.


Jerarquías en los campos de concentración

Judíos holandeses marcados con la estrella amarilla y una «N» (Niederländer) en el campo de concentración de Buchenwald. Las marcas clasificaban a los portadores en una categoría, que llevó a una auténtica jerarquía dentro de los campos. Los diferentes grupos tenían una consideración muy distinta entre los vigilantes y prisioneros.

Violeta — prisioneros por religión: la dirección de los campos apreciaba como sirvientes sobre todo a los Testigos de Jehová por su obediencia. [Cita requerida]
Rojo — prisioneros políticos: los prisioneros políticos eran especialmente respetados por los demás internos.
Verde — criminales comunes: en tercer lugar se encontraban los criminales comunes, que eran empleados a menudo por los vigilantes como «Capos». Algunos se hicieron tristemente famosos.
Dos triángulos amarillos, es decir, una estrella de David amarilla — judíos: los judíos pertenecían a los prisioneros despreciados y a menudo sufrían a manos de los demás reclusos.
Negro — «asóciales»: los asóciales se encontraban todavía un escalón más bajo y eran especialmente despreciados.
Rosa — homosexual: este era el escalón más bajo de la jerarquía de los campos de concentración y era despreciado y maltratado por todos los demás prisioneros.
A través de este sistema de castas se facilitaba el control de los prisioneros por los vigilantes, ya que incluso podían dificultar la vida en el campo cambiando la marca del prisionero. Especialmente en las tres categorías más bajas —judíos, «asóciales» y homosexuales— hay intentos documentados de prisioneros de conseguir otro triángulo. Muchos judíos afirmaban ser testigos de Jehová para conseguir una posición privilegiada.
Esta jerarquía y categorización era utilizada como sistema de control para evitar la formación de una gran comunidad entre los prisioneros.

Tras la II Guerra Mundial, el trato de las dos últimas «castas», homosexuales y asóciales, fue muchas veces igual de vejatorio. La Landfahrerzentrale en Baviera fue una continuación directa de la SS-Zigeunerzentrale (central de las SS para los gitanos), y hubo homosexuales que pasaron directamente de los campos de concentración a la cárcel

Sábado 20 de junio de 1942 (II)

Querida Kitty:

Me siento bien: el día esta bueno y me siento tranquila. Papá y mamá salieron y Margot se fue a jugar Ping-pong con otros compañeros a la casa de una amiga.
Yo también juego mucho ping-pong en estos últimos tiempos. Como a todos los jugadores les encantan los helados, y como en el verano este juego hace sudar a cualquiera, luego del partido vamos generalmente a la confitería más cercana permitida a los judíos, la Delphes o el Oasis. No es necesario pensar en dinero, En el oasis hay tanta gente que nunca falta una caballero o un admirador para ofrecernos más helados de los que podríamos tomar en una semana.
Debe llamarte la atención oírme hablar, a mi edad, de admiradores. ¡No sé!...Habría que pensar que es un mal inevitable en nuestra escuela. En cuanto un compañero me propone acompañarme a casa en bicicleta, empezamos a conversar, y nueve de casa diez, se trata de algún muchacho que comienza a decirte cosas, llenas de un fogoso entusiasmo, sin dejar de mirarte. Al cabo de unos momentos, disminuye el entusiasmo, por la sencilla razón de que yo no presto mayor atención a sus ardientes miradas, y que continúo pedaleando a toda velocidad. Si por casualidad, comienza con rodeos y habla de “pedir permiso a su papá”, yo me balanceo un poco en la bicicleta, y dejo caer mi bolsón. Una vez que el muchacho se siente obligado a bajarse para recogerlo, yo me las ingenio para cambiar la conversación.
Este es un ejemplo de lo más inocente. Hay, por  supuesto, los que te envían besos o tratan de apoderarse de tu brazo, peor esos fallan a tiro, pues yo me bajo diciendo que puedo pasarme sin su compañía, o bien me hago la ofendida, diciéndoles muy claramente que se vayan. 
Después de esto, las reglas quedan claras. Hasta mañana.
Tuya, Anna.

lunes, 20 de junio de 2011

Sábado 20 de junio de 1942.

Llevo varios días sin escribir. Necesitaba ponerme  a pensar, de que una vez por todas, qué significa un diario. Me resulta extraño expresar mis pensamientos, no sólo porque nunca había escrito, sino porque me parece que, más tarde, nadie se interesará por los pensamientos de una colegiala de  trece años. Pero en fin, no tiene mucha importancia. La cosa es que tengo ganas de escribir, y todavía más, de saber qué pasa en mi corazón en toda clase de circunstancias.
“El papel  tiene más paciencia que el hombre”. Este dicho me vino a la cabeza un día en que me aburría y me sentía melancólica, con la cabeza apoyada en las manos, demasiado molesta como para salir o quedarme en casa. Sí efectivamente, el papel  es paciente, y como presiento que nadie se preocupará de este cuaderno, al que dignamente he titulado “diario”, no tengo la menor intención de mostrárselo a nadie, a menos que encuentre en mi vida el amigo o la  amiga a quien pueda dejárselo leer. Sin embargo, estoy en el momento de comenzar un diario, y descubro que no tengo una amiga.
Trataré de explicarme mejor, para ser más clara. Nadie me creerá que una muchachita de trece años se encuentre sola en el mundo. Desde luego, esto no es totalmente cierto: tengo padres a los que quiero mucho, y una hermana de dieciséis años. Tengo en total unos treinta compañeros,  y, entre ellos, las llamadas amigas. Tengo muchos admiradores que me siguen con la mirada, mientras otros, que están mal situados en clase  para verme, tratan de captar mi imagen con la ayuda de un espejito de bolsillo. En verdad, tengo familia, tíos y tías muy amables, un hogar sumamente grato. No. Aparentemente no me falta nada. Salvo la amiga. Con mis compañeros, solo puedo divertirme. Nada más. Nunca hablo con ellos más que cosas corrientes. Incluso esto es cierto para el caso de mis amigas, ya que no es posible llegar a la intimidad con ella. Ahí está el problema. La falta de confianza es tal vez mi mayor defecto. De cualquier modo esto es un hecho, y es bastante doloroso tener que reconocerlo.
Por eso me he decidido a escribir este diario. Con el fin de inventarme una imagen de la amiga que tanto deseo, no quiero limitarme a simples hechos, como lo hacen tantos, sino que quiero que este diario se convierta en mi amiga. Y esta amiga se llamará Kitty.
Kitty aún no sabe nada de mí. Necesito, por lo tanto, contar la historia de mi vida brevemente. Mi padre tenía ya treinta y seis años cuando se casó con mi madre. Ella tenía veinticinco .Mi hermana Margot nació en 1926, en Fráncfort del Main. Y yo nací el 12 de junio de 1929. Como éramos cien por ciento judíos emigramos a Holanda en 1933, donde mi padre fue nombrado director de la  Travies N. V., firma asociada con kolen & Cía., de Ámsterdam. El mismo edificio servía a las dos sociedades, de las que mi padre era accionista.
Nuestra vida estaba llena d emociones, ya que el resto de nuestra familia se encontraba aún defendiéndose de las medidas de Hitler, Contra los judíos. A raíz de las persecuciones de 1938, mis dos tíos hermanos de mi madre llegaron sanos y salvos a los Estados unidos. Fue entonces cuando mi abuela de setenta y dos años, se vino con nosotros. Después de 1940, los buenos días iban a terminar rápidamente. Primero la guerra, luego la capitulación y  la invasión de los alemanes nos llevo a la miseria. Medidas tras medidas en contra de los judíos. Los judíos obligados a llevar sus estrellas, a entregar sus bicicletas. Se le prohibía subirse a los tranvías, conducir un automóvil, Los judíos estaban obligados a comprar exclusivamente en las tiendas marcadas con letreros de “negocio Judío”, y de las tres  a las cinco  de la tarde solamente. Se  prohibía a los judíos salir después de las ocho de la noche, ni siquiera salir al jardín o quedarse en la casa de un amigo. Se les prohibía todo deporte público: ir a las piscinas, a las canchas de tenis, de hockey o a otros sitios de entrenamiento. Se les prohibía frecuentar  a los cristianos. Teníamos que ir a escuelas judías y otras tantas restricciones similares.
Y así teníamos que continuar viviendo, sin hacer esto y lo otro. Jopie me dice siempre: “No me Atrevo a hacer nada, por miedo a que esté prohibido”. Nuestra libertad es, pues, muy pequeña. Sin embargo, la vida es aún soportable.
Mi abuela murió en enero de1942. Nadie se imagina cuánto pienso en ella y cuánto la quiero todavía.
Desde el jardín infantil, yo estuve en la escuela Montessori, es decir, desde 1934. En sexto, tuve como maestra a la directora, la señora K. Cuando termino el año nos despedimos abrazadas, llorando. En 1941, mi hermana Margot y yo entramos al liceo judío.
Nuestra pequeña familia de  cuatro, no tiene todavía mucho de qué quejarse. Y así llegó hasta el día de hoy.