Llevo varios días sin escribir. Necesitaba ponerme a pensar, de que una vez por todas, qué significa un diario. Me resulta extraño expresar mis pensamientos, no sólo porque nunca había escrito, sino porque me parece que, más tarde, nadie se interesará por los pensamientos de una colegiala de trece años. Pero en fin, no tiene mucha importancia. La cosa es que tengo ganas de escribir, y todavía más, de saber qué pasa en mi corazón en toda clase de circunstancias.
“El papel tiene más paciencia que el hombre”. Este dicho me vino a la cabeza un día en que me aburría y me sentía melancólica, con la cabeza apoyada en las manos, demasiado molesta como para salir o quedarme en casa. Sí efectivamente, el papel es paciente, y como presiento que nadie se preocupará de este cuaderno, al que dignamente he titulado “diario”, no tengo la menor intención de mostrárselo a nadie, a menos que encuentre en mi vida el amigo o la amiga a quien pueda dejárselo leer. Sin embargo, estoy en el momento de comenzar un diario, y descubro que no tengo una amiga.
Trataré de explicarme mejor, para ser más clara. Nadie me creerá que una muchachita de trece años se encuentre sola en el mundo. Desde luego, esto no es totalmente cierto: tengo padres a los que quiero mucho, y una hermana de dieciséis años. Tengo en total unos treinta compañeros, y, entre ellos, las llamadas amigas. Tengo muchos admiradores que me siguen con la mirada, mientras otros, que están mal situados en clase para verme, tratan de captar mi imagen con la ayuda de un espejito de bolsillo. En verdad, tengo familia, tíos y tías muy amables, un hogar sumamente grato. No. Aparentemente no me falta nada. Salvo la amiga. Con mis compañeros, solo puedo divertirme. Nada más. Nunca hablo con ellos más que cosas corrientes. Incluso esto es cierto para el caso de mis amigas, ya que no es posible llegar a la intimidad con ella. Ahí está el problema. La falta de confianza es tal vez mi mayor defecto. De cualquier modo esto es un hecho, y es bastante doloroso tener que reconocerlo.
Por eso me he decidido a escribir este diario. Con el fin de inventarme una imagen de la amiga que tanto deseo, no quiero limitarme a simples hechos, como lo hacen tantos, sino que quiero que este diario se convierta en mi amiga. Y esta amiga se llamará Kitty.
Kitty aún no sabe nada de mí. Necesito, por lo tanto, contar la historia de mi vida brevemente. Mi padre tenía ya treinta y seis años cuando se casó con mi madre. Ella tenía veinticinco .Mi hermana Margot nació en 1926, en Fráncfort del Main. Y yo nací el 12 de junio de 1929. Como éramos cien por ciento judíos emigramos a Holanda en 1933, donde mi padre fue nombrado director de la Travies N. V., firma asociada con kolen & Cía., de Ámsterdam. El mismo edificio servía a las dos sociedades, de las que mi padre era accionista.
Nuestra vida estaba llena d emociones, ya que el resto de nuestra familia se encontraba aún defendiéndose de las medidas de Hitler, Contra los judíos. A raíz de las persecuciones de 1938, mis dos tíos hermanos de mi madre llegaron sanos y salvos a los Estados unidos. Fue entonces cuando mi abuela de setenta y dos años, se vino con nosotros. Después de 1940, los buenos días iban a terminar rápidamente. Primero la guerra, luego la capitulación y la invasión de los alemanes nos llevo a la miseria. Medidas tras medidas en contra de los judíos. Los judíos obligados a llevar sus estrellas, a entregar sus bicicletas. Se le prohibía subirse a los tranvías, conducir un automóvil, Los judíos estaban obligados a comprar exclusivamente en las tiendas marcadas con letreros de “negocio Judío”, y de las tres a las cinco de la tarde solamente. Se prohibía a los judíos salir después de las ocho de la noche, ni siquiera salir al jardín o quedarse en la casa de un amigo. Se les prohibía todo deporte público: ir a las piscinas, a las canchas de tenis, de hockey o a otros sitios de entrenamiento. Se les prohibía frecuentar a los cristianos. Teníamos que ir a escuelas judías y otras tantas restricciones similares.
Y así teníamos que continuar viviendo, sin hacer esto y lo otro. Jopie me dice siempre: “No me Atrevo a hacer nada, por miedo a que esté prohibido”. Nuestra libertad es, pues, muy pequeña. Sin embargo, la vida es aún soportable.
Mi abuela murió en enero de1942. Nadie se imagina cuánto pienso en ella y cuánto la quiero todavía.
Desde el jardín infantil, yo estuve en la escuela Montessori, es decir, desde 1934. En sexto, tuve como maestra a la directora, la señora K. Cuando termino el año nos despedimos abrazadas, llorando. En 1941, mi hermana Margot y yo entramos al liceo judío.
Nuestra pequeña familia de cuatro, no tiene todavía mucho de qué quejarse. Y así llegó hasta el día de hoy.
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