Una lluviosa mañana de invierno, un gentío guarecido con paraguas se agolpa ante el edificio de cuatro pisos marcado con el número 263 de la calle Prinsengracht, en Amsterdam. Llueva o no, el lugar es muy concurrido, y las filas de visitantes llegan a la esquina. Todos aguardan su turno para subir la empinada escalera que conduce al anexo secreto donde, hace mas de 50 años, una muchacha llanada Anna Frank escribió un diario que ha conquistado corazones en el mundo entero. Adosado a la parte trasera del edificio, el anexo consta de dos pisos y un desván y alberga cuatro habitaciones pequeñas. Las angustiadas almas que allí se escondieron de sus perseguidores nazis desaparecieron hace mucho. Si su historia perdura, medio siglo después de que fueron traicionadas y aprehendidas, es gracias a la pluma de Anna.
Durante los 25 meses que permanecieron confinados en eses espacio, los ocho fugitivos (dos familias más un adulto) se dormían y despertaban sobresaltados, se exasperaban unos a otros, y sus incontables horas de aburrimiento eran interrumpidas con frecuencia por episodios de terror inaudito.
Pero el espíritu de Anna nunca flaqueó. Apenas tres semanas antes del fin, expresó con sorprendente perspicacia por qué sus convicciones se mantenían incólumes: “a pesar de todo, sigo creyendo que la gente es buena en el fondo. No podría construir mi vida sobre cimientos de caos, sufrimiento y muerte. Veo al mundo hundirse cada vez más en la barbarie; oigo el retumbo de los cañones que se acercan; siento el tormento de millones. Y aun así, cuando miro al cielo, algo me dice que esta crueldad terminará y que volverán a reinar la paz y la tranquilidad”
Cuando el diario se publicó, su resonante sí a la vida ante la amenaza de la muerte conmovió a millones de lectores en todas partes. Su versión original en holandés se ha traducido a 55 idiomas, y en total se han vendido 25 millones de ejemplares. En Estados Unidos, el Diary of a Young girl se ha venido imprimiendo sin cesar hasta el día de hoy.
Nada ejemplifica mejor la perenne actualidad de Anna Frank que la cantidad de personas (9000 en 1960 y 600.000 en 1994) que acuden a visitar el callado edificio en la calle Prinsengracht.
Anneliese Marie Frank, nació el 12 de junio de 1929 en Fráncfort del Main, Alemania, descendiente de judíos que se habían establecido allí generaciones atrás. Su padre, Otto Heinrich Frank, fue oficial del ejército alemán durante la primera guerra mundial, pero cuando Adolf Hitler llegó al poder e hizo de los judíos los chivos expiatorios de los males del país, se mudó a Amsterdam con su familia. Para diciembre de 1940 había instalado un comercio de especias y hierbas de olor en el 263 de la calle Prinsengracht, un ruinoso edificio del siglo XVII, a la orilla de una canal bordeado de árboles. El escaso personal del establecimiento lo tenía por patrón justo y considerado. Anna fue feliz durante sus primeros años en Amsterdam. El agradable suburbio donde vivía con su familia la hizo ir olvidando sus raíces alemanas y terminar por amoldarse a las costumbres holandesas. Se decía que su hermana Margot, tres años mayor que ella, era más inteligente y bonita, pero Anna la aventajaba en popularidad porque era extrovertida, ocurrente y encantadora. Le gustaban las películas, la mitología griega y los muchachos.
En mayo de1940 las fuerzas de Hitler pisotearon la neutralidad de Holanda y ocuparon el país. La policía nazi comenzó a concentrar a los judíos en febrero del año siguiente y, siete meses después, Anna y Margot Frank tuvieron que ingresar a una escuela exclusiva para niños judíos. En abril de 1942 se obligó a los judíos a llevar una estrella amarilla cosida en un lugar visible de la ropa.
Anna comenzó a escribir su diario el 12 de junio de 1942, en una libreta con tapas de cuadros rojos y blancos que sus padres le regalaron ese día con motivo de su decimotercer cumpleaños. En las primeras páginas abunda el chismorreo colegial, pero a la vuelta de una semana la muchacha anoto: “20 de junio. Se ha obligado a los judíos a entregar sus bicicletas. Se les ha prohibido subir a los tranvías y a viajar en auto, aunque el auto sea suyo. Tampoco pueden estar en la calle entre las 8 de la noche y las 6 de la mañana. Ni salir al jardín de su casa después de las 8 de la noche”
El padre de Anna había hecho preparativos para ocultar a su familia en los cuartos deshabitados que había detrás de su establecimiento. Pasó muchos domingos subiendo con sigilo artículos de primera necesidad, muebles y cajas de comida en latada al anexo secreto. Como sabía que no podía prescindir de cierta ayuda del exterior, confió su proyecto a cuatro empleados: Johannes Kleiman, Victoria Kluger y dos jóvenes secretarias Miep Gies y Bep Voskuijil. Por entonces Anna escribió: “5 de julio. Hace unos días papá comenzó a decir que nos iremos a un escondite. Su tono de voz era muy serio y me asustó “no te inquietes”, me dijo “saborea tu libertad mientras puedas”. ¡Ojala sus lúgubres palabras nunca se hagan realidad!”
Apenas horas después de hecha esta anotación su hermana Margot, entonces de 16 años, recibió una citación de la SS, la policía nazi: debía presentarse al día siguiente por la tarde ante los funcionarios para ser enviada a un campo de trabajo en Alemania. El proyecto de Otto Frank no podía esperar más. A primera hora de la mañana la familia desapareció sin dejar rastro. Margot salió antes que todos: se arranco la estrella amarilla, monto en una bicicleta de contrabando y, acompañada de Miep, enfiló al escondite bajo un aguacero. Anna y sus padres siguieron a pie. Cada uno llevaba una mochila escolar y una bolsa de compras repleta de toda clase de cosas. Habían renunciado a cuanto le importaba en el mundo, menos permanecer juntos. Por acuerdo previó, unos días más tarde se les unió en el escondite otra familia, judía en peligro Hermann van Pels, compañeros de Otto en el comercio, su esposa y su hijo de 15 años, Peter. Se puso en circulación el rumor de que los Frank había huido a Suiza.
11 de julio. Parece como si estuviéramos de vacaciones en una extraña pensión. Aunque hay humedad y el suelo esta desnivelado, no creo que haya un refugio más cómodo en toda Holanda. Nuestro dormitorio se veía muy vacío con las paredes desnudas, pero gracias a papá, que cargó con mi colección de retratos de estrellas de cine, lo tapicé de carteles.
La habitación que compartían Anna y Margot, larga y estrecha estaba situada junto a las de sus padres. La familia Von Pels ocupaban los otros dos cuartos. Un estante de libros giratorio, hecho a la medida, ocultaba la única entrada al anexo, cuyas ventanas estaban totalmente cubiertas por cortinas oscuras.
Los fugitivos tomaban precauciones extremas hasta para las tareas más sencillas, como cocinar, tirar la basura y usar el baño. Para no ser oídos por los almaceneros del negocio, que no sabían de su presencia en el edificio, en las horas laborales de la semana hablaban en voz baja y, si tenían que caminar, lo hacían de puntillas y descalzos.
El verano de 1942 transcurrió en un tedio absoluto. En noviembre Miep les contó que su dentista Fritz Pfeffer, estaba buscando con desesperación un lugar donde esconderse. Los Frank lo acogieron con hospitalidad: Margot se mudo a la habitación de sus padres y Anna compartió la suya con él.
Los cuatro empleados leales de Otto visitaban al terminar la jornada de trabajo, una vez que se iban los demás, para llevarles comida, artículos difíciles de conseguir (jabón, pasta de dientes, aspirinas), libros y revistas. Jamás han dicho ni una palabra de queja por la carga que seguramente somos para ellos, escribió Anna.
La muchacha les pedía con impaciencia noticias de sus amigos, pero nunca eran buenas. Por un receptor clandestino escuchaban los informes de la BBC, la cadena de radio británica, acerca de las deportaciones masivas llevadas a cabo por los nazis. Cuándo Fritz Pfeffer llegó, les dijo que las fuerzas de ocupación estaban registrando casa por casa buscando judíos. Muchas veces, cuando es de noche, me asomo a la ventana y veo pasar largas procesiones de gente inocente. A todos los llevan al matadero. Me siento culpable por tener una cama tibia en donde dormir, y me horroriza pensar en mis amigos, que hoy están a merced de los monstruos más desalmados que ha habido en el mundo ¡y todo por ser judíos! (…) pero no diré más. ¡Estos pensamientos me hacen tener pesadillas!
Muchas de sus pesadillas eran reales. En cierta ocasión en que unos ladrones allanaron el almacén, llego la policía y registro el edificio, mientras los ocho fugitivos guardaban silencio en el anexo. Oímos pasos en la escalera… ¡y un traqueteo en el estante de libros! “¡estamos perdidos!” dije. Pero los pasos se alejaron, y el peligro pasó…por el momento.
Cuando Anna lleno su libreta hasta la última página, Miep le llevo de la oficina hojas sueltas y libros de contabilidad en blanco, y el relato continuó. El diario era su mejor amigo, escribió, y en él dejaba volar su imaginación con la libertad que tanto ansiaba. Me siento como un pájaro cantor al que le han cortado las alas y que se arroja en vano contra los barrotes de su oscura jaula. Dos meses más tarde se preguntó ¿entenderán algún día que soy una adolescente necesitada de un poco de diversión sencilla?
Al principio había desdeñado al quinceañero Peter Van Pels, al que llamo un muchacho tímido y desgarbado, cuya compañía no sirve de mucho. Pero al llegar la primavera de 1944 iba a cumplir 15 años, se enamoraron. Se veían en el desván, donde una claraboya se abría al azul cielo. Por ella alcanzaban a ver la punta de un castaño reverdeciente, y las gaviotas que planeaban al viento.
16 de abril ¡Como olvidar la cita de ayer! ¡Si será memorable para una chica el día en que recibe su primer beso…! Papá no quiere que suba tanto al desván, pero la compañía de Peter me gusta y me inspira confianza.
Anna era una asidua lectora (¡Hay tanto por descubrir y aprender!, se maravillaba, y anhelaba escribir un libro al que pondría por título El anexo secreto, y que estaría basado en su diario. Quisiera llegar a ser periodista. Sé que tengo capacidad para escribir, y me gustaría dejar una obra en la cual seguir viviendo después de morir. ¡Le doy gracias infinitas a D”s por haberme dado este don, que me permite expresar todo lo que llevo dentro!
El 6 de junio de 1944, a las 8 de la mañana, la BBC transmitió noticias del desembarco de los aliados en Normandía. Entre los fugitivos reinó la esperanza ¿sería ese el año de la victoria y la liberación? Anna incluso acarició la idea de volver a la escuela para el siguiente año lectivo. Seis días después cumplió 15 años. El fin llego la mañana del viernes 4 de agosto, cuando llevaban 761 días escondidos. Hacia las 10.30, un coche se estacionó frente al edificio, y un grupo de policías vestidos de civiles, guiados por uno de uniforme, irrumpieron en el establecimiento. Con las pistolas desfundadas, hicieron que Víctor Kluger los condujera al estante falso y lo abriera. Los ocho judíos quedaron arrestados. Luego llego un camión cubierto y se los llevó junto con Kluger y Johannes Kleiman.
Las dos secretarias, Miep Gies y Bep Voskuijil, esperaron hasta que anocheció para entrar al anexo. Los nazis lo habían saqueado todo y dejaron todo revuelto. Miep se puso a recoger papeles del suelo, y al poco rato tuvo en sus manos algo mucho más valioso que las joyas y el dinero robados: el diario de Anna Frank.
A la vuelta de un mes, los ocho fugitivos de la calle Prinsengracht, subieron al último tren que llevo prisioneros de Holanda al campo de concentración de Auschwitz en Polonia. Allí los hombres fueron separados de las mujeres, y ya nunca volvieron a verse.
A Anna y Margot se las llevaron al campo de Bergen-Belsen, en Alemania central, donde, al igual que otras decenas de miles de prisioneros, murieron de tifus. Anna falleció en marzo de 1945, después de haber atendido a Margot hasta el último momento y sólo unas semanas antes de que el ejército británico tomara el campo.
¿Quién los traiciono? Quizás un nuevo almacenero que, al notar la existencia del anexo, codició la recompensa que los nazis pagaban por cada judío que les era entregado. El sospechoso fue investigado en dos ocasiones después de la guerra, pero no llegaron a hacerse cargos en su contra.
Kleiman y Kluger permanecieron prisioneros en Holanda, pero luego volvieron a su trabajo, en el establecimiento de la calle Prinsengracht.
Otto Frank, el único sobreviviente de los ocho judíos, fue liberado de Auschwitz por el ejército soviético en enero de 1945. Tiempo después regresó a Amsterdam, donde se quedo a vivir en casa de Miep Gies y su esposo, Jan. Al saber de la muerte de Anna, Miep le entrego el diario diciendo:
- aquí tiene usted el legado de su hija.
Otto tardó mucho en leerlo. Luego se entrego a la tarea de copiarlo a máquina de escribir para darlo a conocer entre sus amigos y parientes. Al cabo de un año se publicó con el título de “El anexo secreto” el que Anna había propuesto, con lo cual se cumplió su deseo de llegar a ser escritora.
La prosa vehemente sincera de Anna, rigurosamente corregida por ella misma y animada por una bien lograda tensión novelística, será siempre un recordatorio de lo que perdimos cuando murió. Como anoto alguien en el registro de visitantes del edificio de la calle Prinsengracht: “si solo tuviera derecho a leer dos libros en mi vida, serían la biblia y el diario de Anna Frank”
No paso mucho tiempo para que la gente comenzara llamar a la puerta del 263 de la calle Prinsengracht, pidiendo ver el anexo secreto. Años más tarde, el edificio quedó amenazado por un proyecto de remozamiento urbano, y sólo el clamor del público lo salvó de la demolición. Se creó entonces una fundación dedicada a recaudar fondos para restaurar el edificio y construir una sala de exhibición. Así, el 3 de mayo de1960 se inauguró la Casa de Anna Frank. Hoy en día, una vez que el visitante pasa el estante giratorio y transpone el estrecho umbral, llega al dormitorio del matrimonio Frank. En una de cuyas paredes cuelga el mapa de Normandía en el que Otto iba trazando el avance de los ejércitos aliados. Junto al mapa hay unas marcas de lápiz con las cuales el comerciante marcaba el crecimiento de los tres muchachos que nunca llegarían a la edad adulta.
A continuación esta el cuarto de Anna. Los carteles de sus estrellas de cine predilectas siguen pegados en la pared, imágenes descoloridas que infundieron alegría e ilusión a su cárcel. Es imposible no percibir aquí la presencia de Anna. Muchos salen del cuarto con lágrimas en los ojos.
Un estudiante estadounidense que hizo el viaje desde Londres para visitar la casa de Anna Frank declaro: “En este lugar Anna se enfrentaba a la muerte y, sin embargo soñaba con la vida que llevaría después de la guerra. Eso nos enseña que lo más importante no es cómo ni cuándo se muere, sino como se vive”.
Otto Frank murió en 1980 a los 91 años de edad, de todos los testigo Miep Gies, ella preferiría que las cosas hubieran ocurrido de otro modo “que Anna y los demás se hubiera salvado aunque el diario se hubiera perdido”.
A pesar de todo, sigo creyendo que la gente es buena en el fondo, escribió Anna. Hasta el día d hoy, ella sigue siendo una luz en las tinieblas de la humanidad.
Selecciones de Reader´s Digest. Octubre de1995, Por Lawrence Elliot.