Antecedentes y sucesos que
llevaron a la declaración Balfour.
El
9 de noviembre de 1914, en un discurso pronunciado en el Ayuntamiento de
Londres, el primer ministro británico Herbert Asquith anunció con acento
dramático: “El Imperio turco se ha suicidado.”
El
sultán se había comprometido con la victoria alemana y se disponía a
desencadenar una guerra santa contra Gran Bretaña. Asquith deseaba impedir que
los cien millones de musulmanes que eran súbditos del Imperio británico se
incorporasen a esa campaña. De ahí su discurso, que comprometía a Gran Bretaña
a destruir finalmente el imperio otomano y dar la libertad a sus pueblos.
El
Tratado Sykes-Picot del 3 de enero de 1916 fue un acuerdo secreto entre Gran
Bretaña y Francia para dividirse el Oriente Medio una vez concluida la Primera
Guerra Mundial.
Algo indefinida quedó Palestina, que
eventualmente fue otorgada, bajo un mandato de la Sociedad de las Naciones, a
Gran Bretaña. Los británicos, cautelosos, les dieron aliento a los judíos al
estipular que veían con buenos ojos el establecimiento de un futuro estado judío
en Palestina mediante la llamada Declaración Balfour. En efecto, como medida de
guerra, los británicos alentaban las aspiraciones de todos en el mismo
territorio.
En
la posguerra, Gran Bretaña se sirvió con la cuchara grande. No sólo obtuvo a
Palestina, sino que tomó a Mosul al que agregó con Basora y Bagdad para crear
Iraq. Entonces le recortó a Siria (ya ocupada por Francia) un tramo que le
asignó a Irak, y otro a Cisjordania para poder transportar mediante oleoducto
el petróleo de Mosul.
Herbert
Samuel fue nombrado para el cargo de Alto Comisionado en 1920, una vez que el mandato británico fue
concedido por la Sociedad de Naciones. Fue el primer Alto Comisionado que
cumplió sus servicios en ese cargo hasta 1925. Como tal, Samuel fue el primer
judío que gobernó la histórica Tierra de Israel en 2000 años.
Como
Alto Comisionado, Samuel trató de demostrar su neutralidad y trató de mediar
entre los intereses árabes y judíos trabajando para frenar la inmigración judía
y ganarse la confianza de la población árabe. La costumbre islámica hasta ese
momento era que el líder espiritual, el gran mufti de Jerusalén, sea elegido
por el gobernador. Después de que los británicos conquistaron Palestina,
Herbert Samuel nombro al líder islámico, eligiendo a Haj Amín al Husseni, quien luego se aliaría
al régimen nazi de Hitler en años posteriores.
En
la Primera Guerra Mundial, los soldados judíos de Eretz Israel formaron el
Cuerpo de Muleteros de Sion que se formó en 1915, combatieron en Galípoli, pero posteriormente
fueron licenciados. Jabotinsky convenció al gobierno británico para que
permitiera la formación de tres batallones judíos que lucharon codo a codo con
los británicos, llamada así la “Legión
Judía”.
El espejismo nazi
¿Cómo
reaccionaron las potencias europeas frente al nazismo?
En
un principio lo apoyaron y hasta firmaron pactos de amistad con Hitler.
Inglaterra, por ejemplo, a través de su canciller Chamberlain, dijo que Hitler
era un caballero y aceptó las anexiones de Austria y Checoslovaquia llevadas
adelante por Alemania. Las burguesías europeas veían en Hitler un freno a la
expansión soviética y un férreo control para las ideologías obreras. La URSS,
por su parte también pactó con Hitler y le reconoció sus conquistas. Sólo en
1939, después de seis despiadados años de gobierno y exterminio, Inglaterra y
Francia se decidieron a actuar contra Hitler, cuando éste invadió Polonia.
EE.UU. lo haría dos años más tarde al igual que la URSS.
El
antisemitismo nazi cayó bien entre los árabes en el contexto de los pulsos de
la colonización judía. El Muftí de Jerusalén HajAmin el-Husseini fue recibido y
subvencionado por Hitler y estuvo implicado en crímenes del Holocausto en
Europa, al impedir la emigración a Palestina de miles de judíos de Bulgaria,
Rumanía y Hungría, que en su lugar fueron internados en campos de
concentración. Husseini, que murió en 1974, nunca fue juzgado por esos crímenes
y mantuvo sus simpatías hacia los nazis hasta la posguerra. En abril de 1941,
los nazis apoyaron un golpe de estado antibritánico en Irak. El regreso de los
británicos poco después desencadenó un pogrom con centenares de judíos muertos
y miles de heridos en Bagdad.
Eduardo
VIII después de su abdicación fue nombrado
duque de Windsor y, en 1937, recorrió la Alemania nazi. Durante la
Segunda Guerra Mundial fue comisionado en un primer momento con la Misión
militar británica a Francia, pero, después de acusaciones privadas de que
mantenía simpatías pro nazi, fue enviado a las Bahamas como gobernador. Después
de la guerra, nunca se le dio otro cargo oficial y pasó el resto de su vida en
el retiro.
Joachim
Ribbentrop, diplomático alemán,
resultó una notable influencia
entre la clase dirigente y de la nobleza inglesa a la que invitaba a visitar Alemania y a conocer a
Hitler personalmente. En 1936 es nombrado Embajador en Gran Bretaña con la
misión exclusiva de obtener una alianza anglo-germana. Pero la diplomacia
británica receló siempre de Ribbentrop por considerarlo un farsante y fracasó
en atraer a los ingleses a la causa alemana.
El
sueño de una alianza con los ingleses se fue desvaneciendo con el pasar de los
años. La abdicación del rey Eduardo VIII, que alimentaba simpatías por la causa
nazi, fue un duro golpe en ese sentido y luego el nombramiento de Churchill
como primer ministro condenó a muerte cualquier ilusión de establecer una
alianza entre ambos pueblos.
Antisemitismo en Gran Bretaña
En
el período que medió entre 1920 al 24 hubo una intensa oposición al sionismo en
la prensa británica, en mítines públicos y en el Parlamento. La prensa
utilizaba los estereotipos antisemitas que mostraban a los judíos como extranjeros, como
bolcheviques, el tema del poder judío a través de políticas conspirativas
relacionando judíos y dinero.
En
agosto de 1921 llegó a Londres una delegación de árabes de Palestina, quienes
hicieron antesala con miembros del Parlamento, antisemitas la mayoría de ellos.
Con la participación de judíos en las revoluciones socialistas o bolcheviques,
comienza una campaña de rumores afirmando que los revolucionarios forman parte
de una “conspiración judía” anunciada ya en los “Protocolos de Sion”, esta
calumnia se difundió con gran rapidez, en Gran Bretaña el antijudaísmo creció
en virulencia.
Churchill
afirmó en un discurso “. . .Pretenden destruir todas las creencias religiosas
que dan consuelo e inspiración al alma humana. Creen en el Soviet internacional
de los judíos rusos y polacos. Nosotros, en cambio, seguimos confiando en el
Imperio británico”.
En
Inglaterra se decía que la Revolución contaba con el apoyo y la ayuda de los
más importantes banqueros norteamericanos como Schif y Warburg.
Así,
desde 1918 habían aparecido en Gran Bretaña algunas obras antisemitas que
volvían sobre el tópico de la conspiración. Los Protocolos de los sabios de Sion
aparecieron publicados; para el 8 de
mayo de 1920 el Times publicó el
artículo “El Peligro judío”, que insinuaba que el premier británico estaba a
punto de entablar negociaciones con un grupo de conspiradores dispuestos a
instaurar el imperio mundial de David.
The
Times cuestionaba la autenticidad de los documentos, pero dejando entrever que
podría no tratarse de una falsificación. Sin embargo, la marea duró poco. En
agosto de 1921, este mismo periódico publicó durante tres días consecutivos un
reportaje en el que se demostraba que los Protocolos no pasaban de ser un
plagio aderezado. Con ello, la popularidad de la obra tocaba, sensatamente, a
su fin, en 1924 este tema ya había dejado de ser el más tratado en el
Parlamento.
En
junio de 1935, Gran Bretaña se declaró dispuesta a firmar un acuerdo naval con
el Reich. Lo más importante de este acuerdo naval es que Inglaterra era el
primer país que reconocía la legalidad del rearme alemán e incluso ratificaba,
mediante la firma de un acuerdo, tal reconocimiento.
La
nueva constelación política europea pareció propicia a Hitler para ejecutar una
empresa arriesgada desde el punto de vista político y militar: La
remilitarización de los países renanos (7 de marzo de 1936). Ello significaba,
no sólo una evidente violación del Tratado de Versalles, sino también del Pacto
de Locarno, libremente concluido por Alemania. El rearme la había convertido en
una de las más fuertes potencias militares de Europa.
El partido fascista ingles
La
Unión Británica de Fascistas (en inglés, British Union of Fascists, BUF) era un
partido político que fue formado en 1932
por el ex ministro laborista Sir Oswald Mosley. El partido era una unión que
abarcaba a varios partidos nacionalistas pequeños. Mosley se basó en otro líder
fascista, Benito Mussolini y modeló su partido siguiendo la línea de
movimientos fascistas en otros países, sobre todo Italia. Instituyó un uniforme
negro, ganando el partido el apodo de «camisas negras». El BUF era
anticomunista y proteccionista. Apoyó la sustitución de la democracia
parlamentaria. Su política oficial, según lo representado en discursos y publicaciones
en los años 30, era anti sionista.
El
BUF fue prohibido totalmente en mayo de 1940, y recluyeron a Mosley y a 740
fascistas importantes durante la Segunda Guerra Mundial.
Tambores de guerra
El
primer ministro británico Neville Chamberlain se puso de acuerdo, con el primer
ministro francés, a entregar los Sudetes a Alemania. Pensó que había comprado la “paz con
honor”. Pero Hitler, mostró su verdadera
intención de apoderarse del resto de Checoslovaquia. Chamberlain finalmente vio también la
intención de Alemania de dominar Europa, y su extensión de una garantía a
Polonia, un país que la geografía era incapaz de ayudar, aseguró la guerra
prácticamente.
En
mayo de 1940, después de un desastroso intento británico para forzar a los
alemanes de Narvik, Noruega, Chamberlain renunció en favor de Winston
Churchill. Veterano de 65 años y con más
de una campaña política iba a resultar un líder notable. El país se recuperó rápidamente tras gastar
su “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” para salir victorioso en lo que
eventualmente se convertiría en una sangrienta guerra. El nuevo primer ministro
Winston Churchill informó al pueblo británico que la Batalla de Francia había
terminado y ahora era su turno. La Batalla de Gran Bretaña estaba a punto de
comenzar. Además enfatizó que Hitler
tendría que vencer a la Gran Bretaña con el fin de ganar la guerra.
Cuando
la Segunda Guerra Mundial, los judíos otra vez se presentaron voluntariamente.
A pesar de que las relaciones
judío-británicas no eran las mejores, a causa de la política del mandato
británico en el país. En primer lugar se trataba de la defensa del país, ya que
con Rommel a las puertas no podían estar seguros, de si los nazis, quizás,
pudieran marchar en dirección a Jerusalén.
En
1942, cuando los habitantes judíos escucharon las primeras noticias del
genocidio nazi, muchos también se presentaron, por esta razón, para la batalla
en Europa. Entre 1939 y 1945, 30.000 hombres y mujeres provenientes de Eretz
Israel se unieron a las fuerzas de combate británicas en la lucha contra el
régimen nacional-socialista. En aquel tiempo, en Israel vivían menos de medio
millón de judíos. En total, alrededor de 1,5 millones de judíos, hombres y
mujeres, combatieron hombro a hombro con las fuerzas de combate de los Aliados
durante la Segunda Guerra Mundial.
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